21 agosto, 2008

Infusión de té y manzanilla

Bien, como todo el mundo sabe no soy ni un gran hombre ni un chaval estupendo. A lo sumo puede que sea un niño grande, un joven con ganas de ser mayor y de hablar con los suyos de tú a tú sin sonrojarse.

No escribo aquí para demostrar a los demás que puedo y quiero escribir (quién diría que mi gran sueño es ser escritor), ni siquiera para demostrármelo a mí mismo. Si escribo es para poner la verdad negro sobre blanco y blanco sobre negro.

Si algo he aprendido durante este último año es que el decir las cosas, aunque sea rápido y mal, marca la diferencia con el no decirlas. Por eso mi intención hoy aquí es poner por escrito, o sea, expresar todo aquello de lo que siquiera trato en mi fuero interno, aquello que me da vergüenza decir y aceptar, dado que aún sigo siendo aquel niño que quiere ser mayor sabiendo que aún le falta tiempo para serlo.

Podría acompañar este escueto mensaje con alguna imagen enternecedora, con la foto de alguna sonrisa de revista o quizás con la pintura abstracta de un atardecer, pero me limitaré a dejar esto tal y como esta, tal y como es: un mensaje simple (que no sencillo) que se lee si se quiere.

Como el agua en tiempos de lluvia: te deja indiferente.

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