21 agosto, 2008

Dos aspirinas y vaso de agua


Hoy me duele la cabeza horrores. No es uno de esos dolores de cabeza que te dan cuando pillas una gripe, ni de esos que hay que aguantar después de una larga noche de diversión, sino uno de "esos" dolores. Un dolor de cabeza que te indica que algo va mal contigo, tanto por fuera como por dentro, como si el cuerpo, falto de otro medio de expresión, llamase tu atención ante algo tan evidente que hasta tú mismo ignoras dándolo por consabido.

He pasado de las aspirinas y me he sentado frente a la pantalla de mi ordenador. Estoy solo en casa y el silencio no sé si me ayuda o me inoportuna al escribir. A través de la ventana apenas se ve el cielo (anoche la luna pasó hermosa por ahí) y la cabeza se me va sin quererlo hacia mis amigos y mi familia. Doy gracias por lo que tengo, ahora que puedo.

El dolor de cabeza remite conforme escribo estas palabras. La verdad es que me siento algo solo, pero he ahí la paradoja: sé que no estoy solo. El corazón a veces juega con uno, tal vez para comprobar hasta que punto somos capaces de aguantar. Esta vez aguantaré el tirón, si eso, pensando en lo que me espera, fantaseando con un futuro feliz para así calmar el corazón inquieto.

Que gracia: al final no era un dolor de cabeza, sino de corazón...

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