12 junio, 2009

Marinero de agua dulce


Tres golpes secos en la puerta del camarote y los tres siguientes obligaron al pirata a despertar de su amodorramiento. La luz del sol le quemaba la nuca, pero por no cambiar de postura no hizo ni abrir los ojos.

- ¿Quéee...? - espetó de manera quejumbrosa, limpiándose las babas con la mano.

La puerta se entreabrió lo justo como para que el aire salado del mar se colase e inundase todo con su fragancia.

- Mi capitán - sonó temerosa una voz juvenil al otro lado del dintel.

- ¿Qué quieres ahora? - gruñó el capitán.

- ¿Está seguro que el timonel P. es el hombre adecuado para llevar el barco?, no se yo si...

- ¡El timonel P. está perfectamente capacitado para el cargo! - con un crujido escalofriante el camastro se dobló bajo el peso del pirata que se incorporaba poco a poco hasta sentarse- La decisión está tomada y no la cambiaré ni aunque eso signifique que encallemos en alguna parte.

- Pero señor...

- ¡Y ahora lárgate si no quieres pasar otras dos semanas limpiando letrinas!

- Señor, el timonel P...

La botella que decoraba la mesilla acabó entonces estrellándose contra la puerta en un estallido de esquirlas. La puerta se cerró de golpe y el silencio tras los apurados pasos volvió a reinar sobre la habitación. El aroma del mar fue sustituido poco a poco por el hedor del alcohol y el olor del encerramiento.

- Parpadee está perfectamente capacitado para llevar el barco sin que yo tenga que intervenir... - farfulló para sí el capitán, mientras daba con su cara sobre la almohada.

Los trozos que quedaban de la botella refulgían desde el suelo, inclinándose con el bamboleo de las olas, reflejando de manera deformada la escena de la habitación.

05 junio, 2009

"... La bebida y el diablo hicieron el resto"


Calma chicha en alta mar acompañada desde hace mucho por el silencioso chapoteo de las olas lamiendo el casco de la nave. La bandera negra izada cuelga lánguida del palo y el capitán hace lo propio sobre su camastro con la luz del sol que se cuela por el ventanuco. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿cuánto llevaba tirado en aquel sitio sufriendo en silencio el tórrido calor del verano? Evitando pensar vuelve a girarse en busca de una postura más cómoda.

Hacía tiempo que había mandado alejarse mar adentro. Aquel puerto, ya perdido en el horizonte, seguía llamándole a asomarse cada tarde a la popa de la nave, apoyado sobre el cordelaje, esperando y desesperando por ver algún cambio en los vientos o en la curvatura del mar.

Aquel puerto había calado demasiado hondo en él. Él, pirata de nacimiento, náufrago por vocación, a punto estuvo de traicionar su sangre y de dejar el mar por aferrarse al primer puerto que relucía en la costa. Muy joven aún para dejarlo. No habría llenado ni dos páginas con sus travesías de no haber puesto mar de por medio, entre aquellos muelles y su barco.

Un pirata como él debe aprender, como todo lobo de mar, que la añoranza no está permitida en la Hermandad de la Costa. Raptar princesas, burlarse de los remilgados caballeros ingleses y llenar los bolsillos de doblones hasta reventar requieren ante todo ser capaz de dar la espalda. Capaz de girar el rostro y de poner pies en polvorosa. Si de un puerto nos despiden con el puño en alto, otros muchos habrán en los que se nos recibirá con los brazos abiertos. El pirata deja el nido tantas veces como victorias haya cosechado.

"Contamos con el día en que vivimos y nunca con el que habremos de vivir" (lema filibustero)