29 septiembre, 2008

Brindemos por la vida


Hoy es un día grande. Grande como cualquier otro. Un día de esos por los que vale la pena brindar. Brindo en primer lugar por mis amigos, una pandilla de soñadores por la que merece levantarse uno cada mañana. Brindo por mi familia, fuerte a más no poder y capaz de soportar con una sonrisa a un tipo como yo. Brindo por Ella, brindo por su amor, que si le fuese posible durase eones sin marchitarse. Brindo por la vida y por la mano misteiosa que me ha puesto en un escenario bucólico de alegría donde cada paso es una nueva lección a aprender con dulzura.

Brindar es agradecer y agradezco poder brindar por todos vosotros. Bien sé que no he hecho grandes méritos ni me he esforzado del todo por devolver cuanto estuviese en mi mano, pero ofrezco mi pobre vida a cambio de vuestra compañía.

Que el cielo no os robe de mi lado y algún día pueda arrancaros de la boca esa sonrisa que hacéis despertar en mi alma.

¡Un saludo!

25 septiembre, 2008

Zumo exprimido de naranja


Escribir desde la biblioteca de la universidad no es algo que acostumbre a hacer. No es el mejor ambiente para hablar de mis cosas y tanto color blanco me distrae cada tanto de lo que estoy haciendo. Sólo la necesidad de hablar y contar mis peripecias diarias me impulsa a ello. Para más señas aquí me tenéis, a las 11:00 a.m., saltándome clases de economía e intentando que el nerviosismo que me invade no llegue a flor de piel.

Y os preguntaréis que es lo que me trae tan nervioso y preocupado. Y yo os responderé que nada en absoluto con una sonrisa en la boca, volviendo luego a mi anterior gesto de angustia. No os alarméis, un truco para tratar conmigo es aparentar falta de interés en mis problemas personales. Si tenéis paciencia mi propia naturaleza acabará por contaros todo lo que querríais saber y aún más.

Para seros sinceros llevo una semana delicada. Por un lado tengo la cabeza en la clases que comienzan. Empezar un nuevo curso con gente a la que no conoces y con un hermano pequeño en las inmediaciones no es algo sencillo. Por el otro tenemos la siempresente obra de teatro (mientras escribo cuento los minutos que faltan para la representación de esta tarde). Como algunos bien sabéis soy uno de los benjamines del grupo. Nunca he tenido experiencia alguna sobre un escenario, y ahora se me exige darlo todo y más sobre el que han montado en la biblioteca.

Ante mi papel dentro de la obra surgen ante mí sentimientos contrapuestos que a ratos me asaltan. Por un lado siento cierta tranquilidad: posiblemente sea de los que mejor se saben su papel dentro del grupo. Por el otro intranquilidad: el resto de actores, compañeros y amigos ya han representado esta obra otras veces y tienen una valiosa experiencia de la que yo carezco. Nuevamente tranquilidad relativa: mi papel me gusta y sé que nada puede salir mal. Y una vez más intranquilidad: este papel hace sacar de mis entrañas una personalidad que no me es extraña en absoluto y que temo pueda invadirme. Me ha costado muchos años encerrar a esa bestia en mi interior y sacarla sobre un escenario no se si se consideraría suicidio en toda regla*.

He aquí otra perla que os dejo sobre mí: quienes me conocen descubren que guardo aún cierta tendencia a obsesionarme con las cosas. Un tema, una persona, una frase, cualquier cosa puede encender en mí una llama anaranjada difícil de apagar. Los que me conocen de verdad, en cambio, saben que mi obsesión tiene una variante más peligrosa aún: una obsesión que me consume y me absorbe por completo. El día y la noche terminan por resumirse en el objeto de mi obsesión, reduciendo las horas a cenizas bajo un fuejo blanco-azulado. Quizá el ejemplo de la obra de teatro sea el más cercano. Si debo resumir mis últimas dos semanas sería hablando de esta obra. Un verdadero enredo. Y la perspectiva detener que alargar aún más el proceso hasta el sábado por la tarde me trae por la calle de la amargura.

Si todo sale bien y como está previsto esta misma tarde el señor Argante verá felizmente casado a su hijo y encontrará por fin a su hija perdida. Haré de tripas corazón y confiaré en mis compañeros.

- Scapin: "¡Pero daros prisa, señor, que tiemblo de que llegue la hora!"

Perdón, tenía que hacerlo.

¡Un saludo!


*Por si no lo habías notado suelo recurrir mucho a la ficción literaria al hablar de temas personales o delicados. Intentad abstraer un poco si no queréis acabar teniéndome miedo.

10 septiembre, 2008

Hoy es martes: Vodka negro


De vez en cuando suelo preocupar a los demás con una manía que tengo, aunque en realidad no sea para tanto. Cada cierto tiempo, en especial después de una temporada frenética (véase temporada como un lapso de tiempo acotado, no como una extensión de meses), acostumbro a sacar a relucir una parte de mí un tanto diferente. Cuando me piden cuentas de lo que he hecho durante esos "momentos negros" suelo echar mano de una frase recurrida y bastante falta de razonamiento:

- Nada, he tenido "un día de esos", mi lado oscuro salió a dar un paseo.

Lo sé, es una excusa mala. Hacer el idiota durante una tarde de verano tiene crimen. Hacer el idiota solo aún más. Pese a todo (se que no puedo protegerme tras una máscara oscura y desdibujada) cada día que pasa y, principalmente, cada vez que tengo uno de esos días la forma de ser de "mi lado oscuro" se perfila cada vez más. No os extrañéis, pero ya lo conocéis. Si, si, que se esconda en los días luminosos no quiere decir que se calle del todo. De vez en cuando abre un ojo, tal vez instigado al ver mis manos sobre el teclado. Parpadee suele llamarse a sí mismo, y tiene un genio bastante explosivo. Comentarios ácidos, puñaladas a destajo y mirada torba y sombría. Ha hablado un par de veces aquí, aprovechando mis momentos de debilidad. Podría decirse que es un tipo gracioso aunque pesado a más no poder. ¿Inicio de esquizofrenia? ¡Por favor!, si nos llevamos de maravilla.

- Si, es una relación de amor odio: a veces te quiero y a veces te quiero matar.

- ¡Ah, Dios! ¿Cuanto tiempo llevas ahí?

- Me pitaban los oídos así que salí a ver quien llamaba.

Este es Parpadee. No es precisamente lo que podríamos llamar el "lado malo" de mi persona. Nada más lejos de la realidad. Tanto de uno y otro lado hacemos ambos las mismas burradas. Aún así, él es capaz de hacer cosas que por lo general me alarmarían (aunque no me extrañarían). Por norma general soy algo inhibido y suelo pensarme mucho las cosas antes de tomar una decisión. Parpadee en cambio es algo más irreflexivo e impulsivo en sus acciones y claramente desinhibido del todo.

Estas situaciones suelen durar alrededor de un día o dos. No suelo quedar con nadie durante esos momentos, sino que intento pasar el día un poco alejado de todo y todos. Salir y perderme por las calles de la ciudad suele ser una opción.

Superando ya la barrera de la ficción literaria prefiero decir ahora que esta mala costumbre de hacer el tonto va a menos, así que tranquilos. El apoyo de los amigos y el esfuerzo personal cada vez van reemplazando esa cara siniestra por una sonrisa sincera. Si quiero exigir a los demás sinceridad debería empezar por limar mis dobleces, ¿no?

- Yo no diré nada. Sólo esperaré a que sea mi momento y...

- ¡Oh, cállate!

¡Un saludo!

07 septiembre, 2008

Sabe a... Mountain Dew


Una de las ventajas de madurar (entre otras muchas) se encuentra en la extraña capacidad que adquiere uno para admirar la compleja profundidad de las cosas que ocurren a su alrededor. Una persona inmadura nunca llegará a comprender del todo lo que le ocurre y tirará de explicaciones simplistas y poco convincentes para darle un mínimo de sentido a su vida. Puede que aún no sea un hombre maduro, pero el poder observar día a día como crezco y como lo hacen los demás es una afición gratificante a la que vengo enganchado desde hace un tiempo.

En la vida de uno, como en todo, hay momentos de relativa paz y momentos de cambio. Los cambios normalmente son violentos (o por lo menos así lo son aquellos cambios dignos de recordar) y amenazan con hacer tambalear los cimientos del estilo de vida que llevamos. Una vez acabado el cambio es posible comprobar la resistencia de nuestras convicciones, hacer revista de lo que se ha mantenido en pie y de admirar aquello nuevo sobre la vitrina.

Para entender lo que voy a decir hace falta un mínimo de subjetividad e imaginación. Posiblemente a ojos ajenos esto pueda parecer un dato curioso, una mera anecdotilla, pero para mí simplemente ha sido una experiencia enriquecedora. Seguramente para otros tantos aún más. No os voy a contar la historia concreta (tardaría demasiado y realmente no aportaría nada), sino que daré mi punto de vista sobre el asunto.

Lo primero que deberíais saber es que este verano me ha cambiado profundamente, o eso creo. Tal vez siga haciendo las mismas frikadas que hace 3 meses, pero la visión que tengo de mi vida y la de los demás ya no es la misma. Durante este verano me he visto obligado a congeniar con gente a la que por otro motivo no le hubiese dirigido la palabra en mi vida. Más bien, me he visto obligado a HABLAR, cosa que por lo general no suele salirme así de natural. Y digo obligado no porque tuviese a alguien sobre el hombro velando por que hiciese mi parte, sino porque mi propio bienestar y diversión dependían en gran parte de ello.

Por otro lado me he abierto a alguien a alguien por primera vez en mi vida. Para un tipo como yo sincerarse con otra persona es tarea harto difícil, pero con algo de ayuda he sido capaz de hacerlo y no veáis lo bien que me ha sentado. Volveré a hacerlo si me dais una oportunidad.

He aprendido también en carne propia lo que es el dolor del corazón. Por A o B motivos he tenido que aguantar situaciones que nunca había experimentado en mi vida, las cuales me han abierto los ojos a la verdadera naturaleza de las personas. Nada de tópicos, nada de encasillamientos. He visto la complejidad de las personas cara a cara y para ello hay que estar verdaderamente preparado.

Compartir el dolor y la alegría con los demás también ha sido un añadido más a estos meses revueltos. Escuchar a los demás y tomar la iniciativa para ayudarlos me ha hecho ver la pasta de la que todos estamos hechos. Puede que un servidor haya cambiado, pero la verdad es que eso no me toca decirlo a mí, sino a los demás. Espero que una vez acabado esto puedan decirme que soy más amigo de mis amigos y que estoy un poco más cerca de ser un tío normal.

¡Un saludo!

04 septiembre, 2008

Néctar de los dioses


He estado pensando en mi vida pasada, aquello que me ocurrió mucho antes de que empezase a poner estas cosas por escrito. Un época complicada de mi vida (y creedme cuando os digo que no hay muchas) donde para mí todo era nuevo y los colores del mundo se me presentaban con una intensidad de la que nunca había sido testigo.

Para los que no lo sepan aún soy chileno de nacimiento. Emigré a los 14 años desde mi país natal hasta España por decisión de mis padres. Yo en ese entonces me encontraba sobre una nube desde la cual todo lo que ocurría a mi alrededor se volvía borroso para mí (algunos le llaman con ternura inocencia). Han pasado 7 años desde entonces y todo vuelve a mí con una fuerza renovada.

El precio a pagar al cambiar de país no radica sólo en el pasaje de ida, sino en lo que tienes que dejar atrás y en lo que deberás renegar para que no duela demasiado. A mi llegada tuve que asumir una cosa: tenía que empezar desde 0, debía construirme a mí mismo a partir de entonces. Y asi lo hice. Pero con 14 años no es nada sencillo acertar con la forma.

Digo que fue una temporada difícil de mi vida porque fue entonces cuando comencé la construcción de mi propia y personal torre de Babel. Una torre de oro y piedras engastadas que relucía como la mañana y que me elevaba día a día hacia las alturas. A ese ritmo el monte Olimpo pronto quedaría bajo mis pies.

Era una situación extraña para mí y dolorosa para los demás. Yo estaba en la cumbre y el resto intentaban fatigosamente trepar hasta la cima donde me encontraba yo. Y yo reía, reía cuando la gente caía extenuada al no poder alcanzarme, reía ante el placer malsano de la humillación del otro. No quiero volver a pasar por aquello, puede que haya aprendido algo de todo ello, pero no es algo que pueda llegar a soportar otra vez. Muchas veces llegué a preguntarme por qué estaba tan solo. Echaba la culpa a los demás, sin fijarme siquiera que quien se había elevado sobre ellos era yo.

Esto duró alrededor de unos 2 años. Fué entonces cuando todo cambió. Fué entonces cuando llegó ella y cuando llegó el momento de marchar y recomezar. Hasta entonces nadie había logrado escalar mi torre de oro. Hasta entonces. La torre aguantaba mi peso, pero porque estaba totalmente solo. La llegada de una segunda persona hizo que los cimientos de la torre se tambaleasen en su velada fragilidad. Y ella estaba decidida a bajarme de aquel sitio y de mostrarme el mundo que se extendía bajo las nubes que me separaban de él.

El tiempo de la marcha llegó entonces. Tocaba nuevamente rehacer mi vida. Tal vez no desde 0, pues lo que había ocurrido nunca se borraría, pero hubo que recomenzar. La torre dorada cayó y se desplomó sin mucha ceremonia. Y ya sabéis que mientras más alto se está más dura es la caída. De aquel golpe aprendí más de una cosa importante. Vi los restos de mi torre y juré sobre ellos no volver a subir ni a alzarme sobre el resto. Había comprendido lo que soy en realidad: no estoy ni por encima ni por debajo de los demás.

Tras una gran victoria sobre el enemigo solía haber una tradición en la antigua Roma en la que durante la entrada triunfal a la Gran Urbe uno de los hombres cercanos al Emperador le decía a éste al oído:

"Recuerda que eres mortal"

¡Un saludo!

01 septiembre, 2008

Gran reserva del 2008


Más difícil incluso que el aprender a dar es para algunos el aprender a recibir. Dar requiere un pequeño esfuerzo por nuestra parte, ceder algo en favor del otro, ya sea a cambio de algo o a cambio de nada. Recibir, en cambio, a veces requiere un esfuerzo interior aún más grande. No basta con saber coger lo que se nos da de las manos del otro, sino que debemos dejar muchas veces nuestro orgullo de lado y darnos cuenta de que necesitamos de los demás. Cuanto mayor es el regalo mayor la humildad con la que debemos recibirlo. Para muchos de nosotros suele ser una tarea difícil y tendemos a recibir un regalo como si de una deuda a pagar se tratase. Algunos nunca aceptarán un regalo que saben que más adelante no podrán igualar.

Otras veces el problema no se haya en el orgullo del recibidor, sino en el miedo de éste ante la visión que el otro pueda tener de él. Dar un regalo a alguien exige a esa persona el ponerse en la piel del otro, considerar su propio bien y lo que éste necesita. En muchos casos el tipo de regalo dependerá de la capacidad del que da para empatizar con el que recibe. Si un amigo te regala una botella de vino y, por cualquier razón, tú no eres de los que beben algo ha fallado: o tu amigo te ha regalado lo que le hubiese gustado recibir a él (capacidad empática nula) o éste se ha hecho una idea equivocada de tu persona. Puede resultar algo desagradable, pero a veces puede medirse el nivel de conocimiento que tus amigos tienen de ti a través de los regalos que te hacen.

El dar y recibir es un proceso delicado entre dos personas. Dar por dar y recibir por recibir, sin un esfuerzo mutuo de por medio, hace que se pierda el valor del regalo y el de la acción. Tanto si regalas como si eres regalado piensa detenidamente en el otro. Elegir bien por lo general une y fomenta la amistad.

¡Un saludo!