29 enero, 2009

Un café irlandés


Lo dicho, durante estos días uno se pone reflexivo y no hay quién o qué que lo saque de ese estado. Podéis vituperarme todo lo que queráis, llevarme la contraria, humillarme en público (osea, aquí) al conseguir rebatir mis argumentos con razones algo más y mejor pensadas que las mías. Aún así, sabiendo que puedo ser objetivo de vuestras más sanguinarias buenas intenciones, me arriesgo a explicaros mi modo de ver la vida. Aquí tenéis mi yugular. Atacad con todo el cariño.

La verdad es que nunca antes me había encontrado impreso en un libro una idea loca que desde siempre ha rondado por mi cabeza. Esa idea no es otra que la idea del "destino". Los que intentamos escribir usamos a veces esta palabra con demasiada facilidad. "El destino es algo contra lo que se puede luchar", "el destino te lo montas tú", "no se puede luchar contra el destino", "estar con él/ella es tu destino", "el destino cual...", "el destino tal..." Seguro que muchas veces habéis oído cosas así o del mismo corte.

¿Y yo que pienso del destino? Si bien tengo una idea bastante clara sobre lo que es el destino ponerlo por escrito no es cosa sencilla (menos en una sola entrada). Bien sabéis alguno que lo mío no es la semántica lógica (puedo llamar a las cosas de las maneras más extravagantes y locas). El destino del que hablo, mi destino, no tiene nada que ver con el hado o el sino. Mi destino no está escrito, o por lo menos no como éstos. Yo soy quien decide en mi propia vida y soy yo quien escoge un destino y el camino a seguir.

Pocas veces me veréis mostrar indicios en lo que hablo o en lo que escribo de mi (aún penosa) religiosidad, pero si voy a hablar de destino tengo que hablar de Providencia y esta palabra echa para atrás a la mayoría de la gente que conozco (alguna mirada rara seguro que acabo de generar). Somos gente seria (XD) así que supongo que no habrá problema alguno en que siga por estos derroteros.

Como iba diciendo hablo de destino, hablo de Providencia y hablo de azar. Y creo en las tres, pese a que alguno me pueda decir que es imposible. Ninguna de las tres se enfrenta a la otra de manera directa y no hay en una algo que me haga dudar de la otra.

"La vida es como un libro de elige tu propia aventura. Tú decides tu destino y que camino tomar para llegar a él" rezaba la frase. Y no le quito ni una palabra. La vida es un libro. Un libro ya escrito, es cierto, pero sobre el que tenemos control absoluto del paso de las páginas. Hacia adelante, hacia atrás. Saltamos de página en página en el libro de la vida.

El libro está escrito, si, pero aún no hemos terminado de leer todos sus capítulos. Nosotros somos los personajes y la Providencia (mi personal y querido azar) es quien escribe. Nosotros elegimos nuestro camino, pero no somos nosotros quienes lo creamos. Y, pese a lo que algunos crean, existen más finales felices que tristes en el libro de nuestra vida (el escritor ha sido generoso). Sólo si elegimos voluntariamente mal entre las opciones que se nos ofrecen acabaremos con ese FIN prematuro que a nadie gusta ver, donde el protagonista comete ese último gran fallo y dónde ya no queda opción a pasar de página.

Quítame la Providencia y echa por tierra todas mis ideas, que aún así acabaré por creer en la magia. Puede que sea poco sólido, puede que suene infantil, fantasioso o sumamente oscuro, pero al menos déjame creer en las coincidencias, pues son demasiadas como para no saber que existe una razón para todo y que por algo he escrito esto y tú lo estás leyendo.

26 enero, 2009

Botellines de agua de marca


"El dinero no da la felicidad... pero ayuda" Tal vez uno no puede pasarse la vida pensando en clave de €, ni estar pendiente de lo último que ha salido para comprarlo, ni con problemas de tensión después de ver como su empresa caía 4 puntos de golpe. Esas cosas te vuelven idiota por lo menos (utilizaría otro término, pero prefiero mantener mi nivel) e insulso en grado sumo. Pero no podemos negar que para moverse por la vida y para tener un mínimo de solvencia (en todos los sentidos) hace falta contar con una base de bienestar básica. No es vivir bajo mínimos, sino sobre ellos con relativa soltura.

No estoy diciendo que uno no pueda alcanzar esa felicidad en la más extremas de las pobrezas. Conozco infinitud de casos de gente que en la indigencia más absoluta han alcanzado la plenitud, pero me perdonarán si digo que si hubiesen contado con un mínimo de recursos todo habría sido más fácil. Lo mismo podría decir de aquellos que nadan en la abundancia.

Como si hablásemos de una mesa, los extremos nunca son una opción. Bailar en uno de ellos probablemente nos haga precipitarnos al vacío. Ni los ricos son unos monstruos, ni los pobres unos santos. Unos y otros son humanos y no puede medírseles en su humanidad como si midiésemos la suela de sus zapatos. Mientras los primeros tienen la tentación de abusar de lo que se les ha dado (muchos de manera honrada) los otros pueden caer en la envidia más rastrera.

No hablamos de absolutos ni mucho menos, pero encontrarse en el amplio espectro de los que tienen lo que necesitan (más o menos) nos asegura una base firme desde la que vivir con cierta dignidad y fuera del peligro que supone el no contar con lo que realmente importa. Vivir fuera de peligro, sin la espada en el cuello, aleja nuestro pensamiento de aquello que reluce.

Ved esto como una reflexión más que como un juicio. Sé que este tema se tergiversa con demasiada facilidad, así que os pido que no saquéis esto de contexto.

A la gente se le respeta por lo que son, no por lo que tienen.

23 enero, 2009

Daiquirí Floridita


Supongo que será parte de la naturaleza del estudiante (pues como todos saben los estudiantes tienen una segunda naturaleza que los hace especiales) pero durante la época de exámenes, como quien habla de la época de celo en los animales, éste tiende a volverse sentimental. Las pasiones brotan ante el aislamiento externo exigiendo una salida inmediata. Algunos nos volvemos seres etéreos por momentos y tendemos a querer solucionar los problemas del mundo horas antes del examen de economía.

Supongo que buscar una vía de escape es algo natural. Esa naturaleza del estudiante se resiste a la clausura en la biblioteca (porque, admitámoslo, el estudiar no entra dentro de su naturaleza) y huye. A mí me da por escribir en el blog, en los foros, en el msn, en el tuenti, en cualquier parte. Desahogarme en esta ocasión podría ser el principal objetivo de esta entrada.

Tampoco puedo quejarme: tengo la mitad de exámenes que el común de los mortales y bastante espaciados. Comunicación Audiovisual tampoco es que sea una carrera complicada ("pinta y colorea" dicen algunos), pero no es la carrera lo que me tiene preocupado sino otras obligaciones más urgentes.

Aún así la luz al otro lado del tunel se ve claramente y se acerca conforme pasan los días. Si bien los exámenes de febrero (y enero) son un mal trago por el que tenemos que pasar lo que viene después conpensa el sufrimiento (sufrimiento dice, como si estudiase y todo). Los exámenes del año pasado fueron más de lo mismo: primero empiezas quejándote para luego olvidarte al día siguiente de aquellas 3 semanas de estudio. A algunos (como a mí) estas semanas apenas dejarán marca en sus codos.

20 enero, 2009

Manhattan


Solo, en la oscuridad, a veces me asalta el miedo. Miedos tanto de niño como de chico mayor. Algunos irracionales, otros tanto y más. Miedos que tal vez comparto pero que nunca digo por miedo a convocar la imagen que los provoca.

El miedo me muestra puertas. Y tengo miedo a las puertas. A las puertas que se abren a nuevos horizontes en mi vida. Que atraviesan las fronteras de mis posibilidades. Puertas que tengo que vencer para crecer, que tengo que hacer ceder bajo mi hombro y el de los que me acompañan. Algunas de ellas más les valiese no ceder nunca, otras en cambio me harían la vida más fácil si se abriesen con un dedo.

Tengo miedo a la soledad, miedo a quedarme solo y no sentirlo, miedo a crecer y perder algo que siempre ha estado allí, miedo al fuego, a los bichos pequeños y escurridizos, miedo a ser invisible del todo, a levantarme un día y darme cuenta de que todo esto nunca ocurrió, miedo a lo que la oscuridad guarda en su seno, a no encontrar una nueva canción, miedo a soñar cosas horribles y a que esas cosas horribles de algún modo acaben por hacerse realidad, miedo a las puertas a medio cerrar, miedo al frío, al frío del silencio, miedo a querer poco, a querer demasiado, miedo a morir mañana, a descubrir que un día mis padres no están allí, a perder a mis amigos, miedo a dañar con mis secretos, miedo a revelar los de los demás, a perder la magia de la amistad, miedo a soñar con cosas bonitas y callármelas por vergüenza, miedo a luchar, a los callos en las manos y los codos, miedo al té sin azúcar, a la leche sola, a que la coca-cola acabe con lo poco que queda de mí, a que la gente por la calle me mantenga la mirada, miedo a que me guste que me aguanten la mirada, miedo al pasado, miedo a que ella venga del pasado a remover otra vez la llaga, miedo al campo y su tranquilidad, miedo a mí mismo y a las cosas que soy capaz de hacer, miedo a Parpadee y a las cosas que es capaz de hacer, miedo a los huecos en el corazón, al tiempo perdido, a las miradas perdidas, a mirar al cielo, a que la luna un día deje de brillar, miedo a no volver a sentir una caricia en los días de mi vida, a empapar el teclado con alguna lágrima errante, a que me lean y me comprendan, a que me lean y no comprendan, a que se acaben las comidas de los lunes, a no saberme mi papel, miedo a desdibujarme con los años, a parecer demasiado inocente, miedo a serlo realmente, miedo a que Ella me quiera, a que yo no deje de quererla nunca, miedo a que el Cielo no sea, miedo a que el Infierno sea, miedo a elegir este último, miedo a las cadenas ligeras de Pereza, a no saber que hacer con mi vida, a ser llamado a algo grande y a desoír la llamada, a no ser capaz de aportar calor con mis brazos, a ser incapaz de sostener al amigo sobre mi hombro, a obsesionarme con mi Yo y no con su Yo, miedo a no cumplir las espectativas, a decepcionar, miedo al miedo y sus tenazas...

Creo que va siendo hora de encender la luz... ¡click!

16 enero, 2009

Garçom, uma caipirinha, por favor


Nada como viajar y ver mundo para darse cuenta de lo amplio y distinto que resulta todo. Ver el mundo, otros mundos, es algo que merece. Si bien es cierto que no soy muy de salir de casa (mentira cochina) aún puedo decir que lo que he viajado ha cundido. Primeramente si nos fijamos en mi pequeña travesía desde el otro lado del charco (me reservo esa historia para otra ocasión). Cambiar de país y de aires es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Como detalle entrañable (nunca se me olvidará) recuerdo que al llegar a España el cielo me pareció mucho más azul y los colores mucho más vivos que los que estaba acostumbrado a ver.

Viene bien de vez en cuando abandonar la rutina del hogar para ver caras nuevas y gente distinta (rara iba a decir, pero hay quien no gusta de esta expresión). Darse cuenta de que el resto de los mortales que habitamos esta tierra vivimos según nuestras propias costumbres. Aprender de esas costumbres es una afición muy recomendable.

No hay como viajar, si está en nuestra mano, a una cultura distinta. Uno crece como persona y tiene la ocasión de dejar su huella en personas que de otro modo no había llegado a tener esa oportunidad. Tal vez sea éste el espíritu de esa alianza de civilizaciones de la que tanto se habla (y que personalmente aborrezco en su modo de llevarse a cabo) aunque un poco con mis palabras. En fin, que si veis el contador de kilómetros un poco vacío ya va siendo hora de moverse.

Hace muy poco escuché una frase de un hombre dado al mar que me llamó la atención (si, me pareció muy bonita, aunque me cueste admitirlo). Aunque no es literal era algo así: cuando surcas el mar, ese inmenso océano que tienes ante ti, tan grande, tan amplio, te das cuenta de lo pequeños que resultan ser tus problemas.

Mucho ánimo a los que por estas fechas se enfrentan a los exámenes de febrero. A ver si después os entran las ganas de salir a dar una vuelta... al mundo.

13 enero, 2009

Lo de siempre, gracias


Somos animales de costumbres, y como tales tendemos a repetirnos y a veces a tropezar treinta mil veces en la misma piedra. No tenemos una forma natural de comportarnos (gracias al cielo) sino que a base de hábitos construimos nuestra forma de ser. Repetirse, cada día, enfrentarse a mundo de una manera y resolverlo todo siempre así. Todos coincidimos en esto y a la vez todos somos diferentes, somos, pero a nuestra manera.

Lo complicado viene cuando uno se relaciona con otras formas de ser, otras formas de ver el mundo, otras maneras de solucionar las cosas. Y cuando descubres que las cosas se pueden hacer de un modo distinto se te plantean dos opciones. Eliges. Me adapto o sigo igual. Un continuo examen personal donde entran en juego dos modos distintos de vivir. El tuyo y el mío. La vida se encarga de presentarnos esta opción casi a diario. Cambiar nuestra forma de ser, de pensar, de comprender lo que nos rodea y a los demás un poco más.

Es un don que se nos da, como la vida misma, el poder elegir el modo de vida que queremos llevar. Es un poder que muchas veces se nos pasa por alto. Somos libres, y los demás tanto como nosotros. Libres sobre lo qué hacer con nuestra vida y responsables de lo que hagamos con ella. Todos tenemos un tiempo limitado que aprovechar y el deber de aprovecharlo.

Y aunque algunos lo crean, aunque algunos lo defiendan con grandes y elaboradas teorías, nadie alcanza en este tiempo que tenemos una comprensión total y perfectamente acertada de la vida. Nunca es tarde para comprender, para adaptarse a una nueva forma de vivir. Nunca es tarde para aprender y darse cuenta de lo errados que íbamos mirando el mundo con esos cristales de aumento de colores fulgurantes.

¡Un saludo!

08 enero, 2009

Otro Red Bull


Vuelta a clases. Un día jueves además, como si no pudiésemos esperar un par de días para empezar. Mirándolo por el lado bueno se puede decir que el viernes está más cerca. Aunque menudo consuelo.

Vuelta a clases y momento de crisis por el que siempre se pasa antes de exámenes. Agobios, prisas, horarios y horas en la biblioteca o intentando inútilmente estudiar en casa. Es la presión de febrero, que se hace notar ya (bueno, febrero, me explico, deberían llamarse exámenes de enero, pero en fin). Pero como era de esperar a uno suelen pasarle otras cosas por la cabeza por estas fechas que le hacen tenerla en otro lado.

Suelo repetirme muchas veces (a veces demasiadas) que no tengo de qué quejarme, que no tengo motivos para ello. La vida me sonríe, y es verdad. Soy un hombre privilegiado. Pero una cosa es la cabeza y otra el corazón (¿es idea mía o la palabra "corazón" sale en todas y cada una de mis entradas?). Por un lado "sé" que me va bien y por el otro "siento" que no. Una pequeña gran contradicción. Pero no me pondré a descargar en este sitio los fantasmas que me atormentan. No otra vez.

Necesito un tiempo para pensar. Que la cabeza domine sobre el impulso del corazón. La situación parece repetirse tal y como ocurría el año pasado y por tanto aplicaremos lo que ya sabemos (ya nos vamos conociendo). Aunque parezca que no, uno va acumulando experiencia con el tiempo. Pero en esta ocasión puede decirse que hay algo que cambia: esta vez me propongo estudiar en serio y no paralizarme. No quiero que se repita febrero del año pasado. No otra vez.

Horas de estudio. Casi olvido lo que eso significaba.



P.D.: Como alguien se entere de que he escrito esto en mitad de clase de Teoría de la Comunicación y de la Información...

04 enero, 2009

Un sorbete como los de antes


Llevo ya varios días alejado del mundanal ruido. Me he clausurado entre cuatro paredes donde lo único que podía oír era el atípico ritmo de mi corazón. Y como no podía ser de otro modo mi cabeza volvió atrás en el tiempo. Tampoco muchos años, pues a estas edades lo último que quieres es recordar tus "agradables" años de primaria.

No he tenido una vida muy activa. No creo que pudiese llenar más que unas pocas páginas con lo más destacable de mi trayectoria en este mundo. No llevo lo que puede denominarse como un modo de vida intenso, pero he pasado por mis momentos y nadie salvo yo sabe el valor que esos recuerdos tienen para mí. Y me he dado cuenta de la capacidad que tengo para recordar nítidamente sólo lo que me interesa. Podría olvidarme de vuestro nombre al día de haberos conocido, tal vez al mes os lo vuelva a preguntar avergonzado, pero si marcáis mi vida de algún modo, si grabáis vuestro nombre en uno de mis días, os aseguro que no pasarán 100 años sin que me acuerde de vosotros.

Volviendo al tema os decía que navegando en el baúl de los recuerdos he vuelto años atrás, unos cuantos. Creo que podría decir que hace 4 años y medio que no la veo. Y justamente ahora vuelve a mi mente. Ella: uno de los Grandes Errores de mi vida.

Ella no ha tenido culpa alguna en todo esto, más bien al contrario. Si pudiese volver atrás en el tiempo... Quién diga que el peor dolor del mundo es el de perder al ser amado no sabe lo que es perder al ser amado por propia mediocridad, por cobardía. Y ya es muy tarde. Y cada día que pasa pesa, pesa sobre la recompensa que hay por mi cabeza. El día que me la encuentre ella podrá cobrársela toda y con intereses. Me lo tengo bien merecido.

Recuerdo cada momento y cada gesto suyo como si estuviera delante. Y recuerdo lo que sentía. Y maldigo el día (esa noche) en que olvidé su nombre. Maldigo el haber esperado su encuentro durante 2 años y no haberlo hecho en ese momento. La última imagen que se llevó de mi fué el de una cara de idiota, un tipo embobado sin capacidad de reacción en mitad de la calle. Creo que me lo tenía merecido.

Recordando aquellos años me lleno de nostalgia. Mi cabeza tiende a pintar todos esos recuerdos con un marco dorado, esperando que algún día vuelvan a repetirse. Pero las cosas nunca ocurren del mismo modo, para bien o para mal. Habrá que volver a improvisar. El que encuentre el guión de mi vida, por favor, que me lo haga saber.

Quién me madaría a mí quedarme en casa...

01 enero, 2009

Copas vacías y marcas de carmín


Ya ha pasado todo. Dos o tres días de fiesta junto a la familia y los seres queridos celebrando el fin de un año y el comienzo de otro. Muchas cosas en que pensar y pocas en las que haya puesto la cabeza. Mucho ruido por estas fechas. Y tal vez nunca (y fijaros que digo nunca) me he planteado estas fechas como algo distinto al resto del año. Siempre me he dicho "¿qué tiene este día que no tengan los demás? ¿qué lo hace tan especial?" Pasaba un año como una lágrima bajo la lluvia y me daba igual.

Tampoco quisiera decir que en esta ocasión me haya embarcado en un profundo y sesudo monólogo interior sobre el asunto (ya me gustaría a mí, no creáis), pues, aunque esta vez lo he meditado, no puede decirse que me lo haya tomado muy en serio (aun quedan muchos años, peldaños, por delante).

La gente suele hacer repaso de lo que ha sido el año para ellos o hace propósitos para el año en ciernes. ¿Y yo? Repaso, lo que es repaso, poco. Apenas recuerdo lo que cené ayer como para recordar todo ocurrido durante el último año. Coñas malas aparte, este año que se va no sabría calificarlo de ninguna manera concreta. Si por mí fuera diría que este ha sido tanto el mejor como el peor año de mi vida. Así son las cosas. Ya me gustaría a mí repetir un 2008, aunque no me entristece su marcha. No creo que cambiase muchas cosas de las que he hecho. Más bien aprovecharía para hacer más, si me diese la vida.

Ahora le toca el turno a un nuevo año. Nunca he sido ave de buen agüero (podríais jurarlo y no juraríais en falso), por lo que me reservo el derecho a augurar de mala manera sobre lo que se nos viene encima. Espero, eso sí (al futuro sólo se le puede esperar, es lo que tiene), que el 2009 sea un año de esos que se recuerdan toda la vida. Un año memorable. Este nuevo año que entra tendrá que peleárselo mucho para desbancar al que se va, pero no pierdo la fe en que el futuro guarda aún muchas sorpresas interesante. Tal vez no todas gratas, pero sorpresas al fin y al cabo, que es lo que cuenta.

Como conclusión: el pasado es historia, el futuro un misterio, y el presente un regalo que se nos da (por eso le llaman "presente").

¡Un saludo!