21 octubre, 2009

Moon Glow (no agitar)


"Quiero que sepas que me está costando horrores. Nunca se me ha dado bien compaginar nada y en esta ocasión la dificultad es aún mayor. Ya sabes que siempre he sido un tío obsesivo y que tiendo a olvidarme del resto cuando me centro en algo. Perdóname por eso, por esto y por lo otro.

Quiero que sepas que no me he olvidado de ti ni por un instante. Que te he tenido presente. Que de cuando en cuando me muero por cruzar aunque sea dos palabras contigo como antes. No quiero perder eso y procuro luchar contra este pequeño corazón mío, para que no eche de sí a la gente que, como tú, me importa de verdad.

Quiero que sepas que es culpa mía. Bien es cierto que no me he comportado como el mejor de los amigos. Cuando ha hecho falta no he estado atento a hacer lo posible por ayudar, centrado como siempre en mis cosas. He sido irresponsable, infantil y puede que demasiado liviano de pensamiento. No he sabido dar la importancia debida a mis problemas ni a los tuyos. Te pido perdón por ello.

Quiero que sepas, por último, que, pese a todo, debes entender que mi obsesión no menguará ni un ápice, sino más bien aumentará cada día más de una manera exponencial. Y ello no me provoca sentimiento alguno de culpabilidad. Sé que me costará cada vez más y que, cómo no, volveré a cometer los mismos fallos y otros peores incluso. Por ello te pido paciencia conmigo, algo de fe y mucha ayuda por tu parte. No quiero hacer esto solo."

14 octubre, 2009

Café flambeado


Aunque fue hace ya años y mucho ha llovido desde entonces, nada me ha impedido seguir recordando ese momento con total y dolorosa nitidez. Esa clase instantáneas en que todo se te graba a fuego, hasta el más insignificante detalle de la pequeña habitación en la que te encuentras.

El niño pequeño, riendo entre el alboroto de sus compañeros, tiembla de emoción ante un cambio inesperado en su rutina escolar. Hoy por fin podrán volver a los laboratorios del colegio, donde todo huele a plástico y a sustancias misteriosas. Fusión y sublimación, la combustión, los efectos del calor, forman parte de la lección de aquella semana.

El profesor, vigilante, entrega el material a cada grupo de niños. De tres en tres los niños se miran entusiasmados toqueteando los instrumentos con sus pequeñas manos. Algunos objetos ya los conocen, pues los han usado en otras ocasiones, en cambio otros son totalmente nuevos.

Como ejemplo para la clase el profesor de Ciencias Naturales llama a uno de los chiquillos a su lado. Será su ayudante. En sus pequeñas manos, nervioso, el chaval sostiene unas pinzas largas y, entre ellas, un trocito de metal blanquecino de aspecto frágil. El profesor, sujetando con una de sus grandes manos de adulto las de la pequeña criatura, acerca una llama al pedazo metálico. Inmediatamente el calor que desprende el mechero incendia literalmente el trozo de metal, haciendo que éste relumbrara con fuerza durante breves instantes.

- Esto que veis es el magnesio - dijo el profesor, comprobando que todos sus niños se habían quedado extasiados mirando aquella luminosa demostración - Ahora le toca el turno al plomo.

El niño no puede contener la emoción y se imagina en uno de esos grandes laboratorios, como los que ve en las películas, inventando una máquina portentosa o un monstruo increíble.

El compañero de al lado sostiene las pinzas con dificultad. Parece que el instrumento resbala entre sus dedos, pero aún así lo mantiene recto, poniendo cara de esfuerzo. Entonces él, con la cara henchida, acerca, como hiciera su maestro hace pocos segundos, la llama al metal. El efecto no tarda en hacerse notar. El plomo enrojece con rapidez y se dobla sobre sí mismo. Una reacción interesante cuanto menos.

- Bien - dice el profesor levantando la voz para ser oído sobre el jolgorio de los niños - ya es suficiente, dejad todo sobre la mesa.

Pero él no hace caso. No quiere ver sólo como se derrite el plomo. Él quiere que arda como el magnesio, que brille como aquél. Acerca la llama y la mano con ella. El plomo, presa del calor, no puede con su alma y cede ante su propio peso. Una gota ardiente cae y va a parar al dedo del niño. El niño mira el dedo y mira aquella gota al rojo vivo que se extiende sobre él. Aún mantiene la cara de expectación durante breves segundos antes de tornarla en una mueca de dolor. De dolor intenso.

Después de años aún sigo teniendo miedo al fuego y a su mordisco. Ni con pinzas ni con guantes soy capaz de acercarme a una sartén hirviendo sin temblar de arriba a abajo. Quemarse duele y mucho. Deja marca. Un marca difícil de borrar. Duele incluso más pasado el tiempo, cuando la herida cicatriza, pero la quemazón va por dentro.

Pero aunque tengo un miedo atroz a las llamas (hay quien lo llamaría directamente fobia o pirofobia) no por eso dejo de acercarme al fuego cuando tengo frío, cuando me reúno con los míos alrededor de la hoguera y cuando mis hermanos necesitan llevarse algo caliente a la boca. Tengo miedo, pero intento no dejarme llevar por él. Lucho contra ello cuando me enfrento al calor de una llama como cuando voy a dar un salto de fe dejándome caer al vacío.

El secreto de los valientes tiene dos caras: o nunca mencionar los propios miedos o, si se hace, enfrentarse a ellos como si no se tuviera miedo alguno. El cobarde no es quien tiene miedo (pues entonces todos pecamos de cobardes), sino el que se deja llevar por ellos.

09 octubre, 2009

Long Island Iced Tea


El capitán del barco, saltando del camastro, se apresuró a salir a cubierta para recibir a aquella inesperada visita, llevándose por delante un par de toneles mientras se ponía las botas a la carrera. Mal afeitado, con cara de sueño atrasado, se cuadró junto al puente de estribor, nervioso. Su gente se extrañó de aquella actitud. ¿Qué le sucede hoy al capitán? Se preguntaban. Nunca le habían visto inclinarse ante un miembro de la realeza, ni temblar de ese modo al besar las manos de una mujer. Ellos callaron por no importunar, pero observaban con atención.

La visita de su Majestad se alargó hasta bien entrada la noche. El ruido de los chapines bajando el puente hacia el puerto fue acompañado de pronto por el rudo sonido de unas botas. Los chapines se giraron y se elevaron sobre sus puntas hasta la llegada del amanecer.

Pasaron los días y el puente de estribor comenzaba a acostumbrarse al peso de aquellos dos. Él, alargando su estancia en aquel puerto había comenzado a tener sus dudas después de semanas. La cuerda que ataba el navío a los maderos del muelle comenzaban a criar algas y los miembros de la tripulación empezaban a cansarse de estar en tierra firme, emborrachándose y cantando sus aventuras en alta mar.

El capitán había trepado aquella escalera de cuerdas más de una vez y observado en cada una todo aquello que se le ofrecía desde aquellas alturas. Se le prometía un reino y él se avergonzaba de sólo ofrecer su maltrecho barco en compensación. Las enseñanzas y promesas de la Hermandad de la Costa se quedaban cortas a la hora de decidirse y no le servía de consuelo el consejo de su gente. Era decisión suya. Y ésta superaba en peligro a muchos de los enfrentamientos que había tenido contra franceses o monstruos marinos.

Era hora de colgar las botas y limpiarse la sal.

03 octubre, 2009

Agua de flores, amapolas y pececillos dorados


Y entrar en tu vida saltándome las presentaciones. Quitándome el sobrero, los zapatos y la carcasa del corazón. Y no sólo saludar con un beso en la mejilla... no sé si me explico.

Durante las últimas dos semanas el corazón me ha dado treinta vueltas de campana y ocho pequeños (y no tan pequeños) intentos de infarto que me han hecho mirar hacia las nubes. He descubierto las debilidades y fortalezas de este pequeño cuerpo de hombre. Lo poco que tengo que ofrecer al mundo y lo mucho que éste me ofrece a cambio.

Me has hecho dudar hasta de la mismísima realidad, y no desde el hecho de que todo parezca en estos instantes difuso y parte de una extraña ensoñación, sino porque todo parece ahora tan real y palpable que me pregunto ¿dónde me encontraba yo antes de encontrarte a ti? El ensayo y el error (sobre todo el error) me han enseñado lecciones importantes, pero ninguna como el hecho de haberme topado con una vida que creía perdida y que luchaba por encontrar. He encontrado en ti el valor que me faltaba para enfrentarme al mundo, para tirar abajo todas esas murallas que antes me hacían temblar con su presencia. Ahora no es sólo un puño el que rompe los esquemas sino dos unidos que luchan por salir adelante, destrozando a todo el que se interponga.

Labios fríos, manos huérfanas y una escalera de helicóptero que espera colgando desde un balcón. Ten paciencia conmigo. Esto es sólo el principio.

El príncipe heredero vuelve a casa para reclamar su trono, su corona y su reina. ¡Larga vida al rey!