06 octubre, 2008

Cortado con sacarina


Llevo ya un tiempo largo sin hablar de mis problemas. En cierto modo creo que no es porque no tenga ninguno o porque los que tengo no sean importantes, sino porque me he dado cuenta de que los problemas que pueda tener no son nada comparado con los que pueden tener los demás. A veces merece más la pena olvidarse de los propios problemas y poner de tu parte en la solución de los de los demás, pues la recompensa supera con creces los gastos.

Me encuentro ahora mismo en una situación extraña y a la vez muy familiar. Me hallo en una situación intermedia en la que me debato entre la acción y la inacción, entre la intención y el acto. Un paso previo a la madurez donde soy demasiado mayor para caer en la dejadez y demasiado joven como para agarrar la sartén por el mango. Por un lado me hallo dispuesto a dar mi vida por los demás como nunca antes lo había hecho (¡Darse a los demás! ¡Quién lo hubiera pensado en mí!) y por el otro me asaltan cada vez con más frecuencia esos momentos de pereza y dejadez que acaban con ese fervor inicial. Como un tiovivo del que me quiero bajar.

Se presentan ante mí dos caminos posibles: hacia adelante o hacia atrás. Lógicamente la opción fácil, la que no requiere esfuerzo (o por lo menos no tanto como la otra), es la que se halla a mi espalda. Acabada esta tregua (cuando sea que esto acabe) debo inclinarme hacia uno u otro lado: o mejoro y me convierto o tiro la toalla y me quedo como estaba. No hay para mí punto intermedio.

Supongo que muchas veces mi estado de ánimo se palpa en las palabras que escribo, por lo que no se os hará muy complicado descubrir que siento una cierta desazón y desesperanza en cuanto al tema. Sinceramente, me conozco lo suficiente como para desconfiar de mis propias fuerzas. Esto aún no se ha acabado y la batalla no tiene visos de estar en las últimas.

Crecer es un asunto complicado. Requiere muchas veces comprender la propia naturaleza y descubrir que uno no es tan intocable ni fuerte como pensaba en su momento. La duda es una herramienta necesaria si se quiere tener una visión sana de la vida, pero también un duro rival al que hay que enfrentarse con cada pregunta que se responde. Por último, pensar que esto puede hacerse sólo y sin la ayuda de los demás es pura ingenuidad. Quien crece sólo acaba sólo, recordadlo bien.

¡Un saludo!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si das un paso hacía atrás, que sea para coger impulso.