25 septiembre, 2008

Zumo exprimido de naranja


Escribir desde la biblioteca de la universidad no es algo que acostumbre a hacer. No es el mejor ambiente para hablar de mis cosas y tanto color blanco me distrae cada tanto de lo que estoy haciendo. Sólo la necesidad de hablar y contar mis peripecias diarias me impulsa a ello. Para más señas aquí me tenéis, a las 11:00 a.m., saltándome clases de economía e intentando que el nerviosismo que me invade no llegue a flor de piel.

Y os preguntaréis que es lo que me trae tan nervioso y preocupado. Y yo os responderé que nada en absoluto con una sonrisa en la boca, volviendo luego a mi anterior gesto de angustia. No os alarméis, un truco para tratar conmigo es aparentar falta de interés en mis problemas personales. Si tenéis paciencia mi propia naturaleza acabará por contaros todo lo que querríais saber y aún más.

Para seros sinceros llevo una semana delicada. Por un lado tengo la cabeza en la clases que comienzan. Empezar un nuevo curso con gente a la que no conoces y con un hermano pequeño en las inmediaciones no es algo sencillo. Por el otro tenemos la siempresente obra de teatro (mientras escribo cuento los minutos que faltan para la representación de esta tarde). Como algunos bien sabéis soy uno de los benjamines del grupo. Nunca he tenido experiencia alguna sobre un escenario, y ahora se me exige darlo todo y más sobre el que han montado en la biblioteca.

Ante mi papel dentro de la obra surgen ante mí sentimientos contrapuestos que a ratos me asaltan. Por un lado siento cierta tranquilidad: posiblemente sea de los que mejor se saben su papel dentro del grupo. Por el otro intranquilidad: el resto de actores, compañeros y amigos ya han representado esta obra otras veces y tienen una valiosa experiencia de la que yo carezco. Nuevamente tranquilidad relativa: mi papel me gusta y sé que nada puede salir mal. Y una vez más intranquilidad: este papel hace sacar de mis entrañas una personalidad que no me es extraña en absoluto y que temo pueda invadirme. Me ha costado muchos años encerrar a esa bestia en mi interior y sacarla sobre un escenario no se si se consideraría suicidio en toda regla*.

He aquí otra perla que os dejo sobre mí: quienes me conocen descubren que guardo aún cierta tendencia a obsesionarme con las cosas. Un tema, una persona, una frase, cualquier cosa puede encender en mí una llama anaranjada difícil de apagar. Los que me conocen de verdad, en cambio, saben que mi obsesión tiene una variante más peligrosa aún: una obsesión que me consume y me absorbe por completo. El día y la noche terminan por resumirse en el objeto de mi obsesión, reduciendo las horas a cenizas bajo un fuejo blanco-azulado. Quizá el ejemplo de la obra de teatro sea el más cercano. Si debo resumir mis últimas dos semanas sería hablando de esta obra. Un verdadero enredo. Y la perspectiva detener que alargar aún más el proceso hasta el sábado por la tarde me trae por la calle de la amargura.

Si todo sale bien y como está previsto esta misma tarde el señor Argante verá felizmente casado a su hijo y encontrará por fin a su hija perdida. Haré de tripas corazón y confiaré en mis compañeros.

- Scapin: "¡Pero daros prisa, señor, que tiemblo de que llegue la hora!"

Perdón, tenía que hacerlo.

¡Un saludo!


*Por si no lo habías notado suelo recurrir mucho a la ficción literaria al hablar de temas personales o delicados. Intentad abstraer un poco si no queréis acabar teniéndome miedo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahora estamos todos iguales, y juntos en esto. :)
me alegro mucho de que te atrevieras a actuar.