04 septiembre, 2008

Néctar de los dioses


He estado pensando en mi vida pasada, aquello que me ocurrió mucho antes de que empezase a poner estas cosas por escrito. Un época complicada de mi vida (y creedme cuando os digo que no hay muchas) donde para mí todo era nuevo y los colores del mundo se me presentaban con una intensidad de la que nunca había sido testigo.

Para los que no lo sepan aún soy chileno de nacimiento. Emigré a los 14 años desde mi país natal hasta España por decisión de mis padres. Yo en ese entonces me encontraba sobre una nube desde la cual todo lo que ocurría a mi alrededor se volvía borroso para mí (algunos le llaman con ternura inocencia). Han pasado 7 años desde entonces y todo vuelve a mí con una fuerza renovada.

El precio a pagar al cambiar de país no radica sólo en el pasaje de ida, sino en lo que tienes que dejar atrás y en lo que deberás renegar para que no duela demasiado. A mi llegada tuve que asumir una cosa: tenía que empezar desde 0, debía construirme a mí mismo a partir de entonces. Y asi lo hice. Pero con 14 años no es nada sencillo acertar con la forma.

Digo que fue una temporada difícil de mi vida porque fue entonces cuando comencé la construcción de mi propia y personal torre de Babel. Una torre de oro y piedras engastadas que relucía como la mañana y que me elevaba día a día hacia las alturas. A ese ritmo el monte Olimpo pronto quedaría bajo mis pies.

Era una situación extraña para mí y dolorosa para los demás. Yo estaba en la cumbre y el resto intentaban fatigosamente trepar hasta la cima donde me encontraba yo. Y yo reía, reía cuando la gente caía extenuada al no poder alcanzarme, reía ante el placer malsano de la humillación del otro. No quiero volver a pasar por aquello, puede que haya aprendido algo de todo ello, pero no es algo que pueda llegar a soportar otra vez. Muchas veces llegué a preguntarme por qué estaba tan solo. Echaba la culpa a los demás, sin fijarme siquiera que quien se había elevado sobre ellos era yo.

Esto duró alrededor de unos 2 años. Fué entonces cuando todo cambió. Fué entonces cuando llegó ella y cuando llegó el momento de marchar y recomezar. Hasta entonces nadie había logrado escalar mi torre de oro. Hasta entonces. La torre aguantaba mi peso, pero porque estaba totalmente solo. La llegada de una segunda persona hizo que los cimientos de la torre se tambaleasen en su velada fragilidad. Y ella estaba decidida a bajarme de aquel sitio y de mostrarme el mundo que se extendía bajo las nubes que me separaban de él.

El tiempo de la marcha llegó entonces. Tocaba nuevamente rehacer mi vida. Tal vez no desde 0, pues lo que había ocurrido nunca se borraría, pero hubo que recomenzar. La torre dorada cayó y se desplomó sin mucha ceremonia. Y ya sabéis que mientras más alto se está más dura es la caída. De aquel golpe aprendí más de una cosa importante. Vi los restos de mi torre y juré sobre ellos no volver a subir ni a alzarme sobre el resto. Había comprendido lo que soy en realidad: no estoy ni por encima ni por debajo de los demás.

Tras una gran victoria sobre el enemigo solía haber una tradición en la antigua Roma en la que durante la entrada triunfal a la Gran Urbe uno de los hombres cercanos al Emperador le decía a éste al oído:

"Recuerda que eres mortal"

¡Un saludo!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mortal, amarga y dulcemente mortal.
Aprender siempre duele, al menos cuando se aprende algo importante en esta vida.

Unknown dijo...

Si del dolor se aprende y yo disfruto aprendiendo... ¿significa eso que soy masoquista?

Pese a lo que haya podido sufrir y haber hecho sufrir a los demás el aprender ciertas cosas de la vida es algo que no cambiaría ni por todo el oro del mundo.