
Tres golpes secos en la puerta del camarote y los tres siguientes obligaron al pirata a despertar de su amodorramiento. La luz del sol le quemaba la nuca, pero por no cambiar de postura no hizo ni abrir los ojos.
- ¿Quéee...? - espetó de manera quejumbrosa, limpiándose las babas con la mano.
La puerta se entreabrió lo justo como para que el aire salado del mar se colase e inundase todo con su fragancia.
- Mi capitán - sonó temerosa una voz juvenil al otro lado del dintel.
- ¿Qué quieres ahora? - gruñó el capitán.
- ¿Está seguro que el timonel P. es el hombre adecuado para llevar el barco?, no se yo si...
- ¡El timonel P. está perfectamente capacitado para el cargo! - con un crujido escalofriante el camastro se dobló bajo el peso del pirata que se incorporaba poco a poco hasta sentarse- La decisión está tomada y no la cambiaré ni aunque eso signifique que encallemos en alguna parte.
- Pero señor...
- ¡Y ahora lárgate si no quieres pasar otras dos semanas limpiando letrinas!
- Señor, el timonel P...
La botella que decoraba la mesilla acabó entonces estrellándose contra la puerta en un estallido de esquirlas. La puerta se cerró de golpe y el silencio tras los apurados pasos volvió a reinar sobre la habitación. El aroma del mar fue sustituido poco a poco por el hedor del alcohol y el olor del encerramiento.
- Parpadee está perfectamente capacitado para llevar el barco sin que yo tenga que intervenir... - farfulló para sí el capitán, mientras daba con su cara sobre la almohada.
Los trozos que quedaban de la botella refulgían desde el suelo, inclinándose con el bamboleo de las olas, reflejando de manera deformada la escena de la habitación.