
Me muerdo el labio para no caer en la tentación (una vez más) de dedicarte un piropo poco acertado, para evitar tropezar y volver a empezar otra vez, para no echar por tierra ese muro de contención. Ahora que había logrado trazar una delgada línea entre ambos, temo ser yo quien vuelva a cruzarla de un salto. Temo ser tan estúpido como para decirte dos palabras de las que dependan por completo mi felicidad y mi vida. De soltarlas sin sentimiento alguno con un tono emocionalmente gélido.
Pero su majestad no tendrá que esperar mucho, no. Estoy reuniendo fuerzas, con ayuda de ellos, para poder juntar un "hasta" y un "nunca" en la misma frase. Poco tendrá que esperar, me da a mí en las narices. Espero sinceramente que usía no se sulfure si juego un poco con su corazón. Al fin y al cabo un servidor no quedará así en el olvido.
Ésta es tan sólo una enfermedad fingida con la que evitar un casamiento que me inoportuna. Un corazón de bronce y ébano, engrasado y pulido hasta la saciedad. Duro como el diamante, pero que funciona con la precisión de un reloj suizo. Con el tic-tac propio de una bomba de relojería.
Asesina de amores, psicópata de sangre fría, sicaria mortal de pulso perfecto y mirada fatal. Distancia la llaman.